La adolescencia es una etapa esencial en el desarrollo de las personas, repleta de desafíos y no exenta de riesgos. Al expandirse los límites y romperse algunas de las normas que habían marcado la infancia del niño o la niña, se producen sentimientos de rebeldía e incomprensión que pueden provocar un sufrimiento nada desdeñable.
Desde el punto de vista de la propia autonomía, la personalidad de los futuros adultos comienza a conformarse aquí. Las bruscas caídas y subidas emocionales, la angustia que causa la falta de reconocimiento del mismo adolescente respecto a quién es y a quién quiere ser, así como la de su entorno más próximo, quizá conlleven sentimientos de desconsuelo que, mal canalizados, podrían condicionar negativamente los posteriores periodos vitales, es decir, la juventud y la madurez de la persona.
Por otra parte, para los padres tampoco resulta sencillo conformar un nuevo papel desde el que acompañar este crecimiento. La flexibilidad que requiere el reconocimiento del desarrollo personal de nuestros hijos e hijas, la claridad de los límites a imponer, así como su disminución con respecto a los utilizados hasta aquí, suponen un auténtico desafío para quienes, posiblemente, habíamos vivido la infancia de aquellos relamiendo el dulce sabor de la ternura.